El Tropicario de Bogotá, es el ejercicio de delimitación; el encargo es contener al interior de un espacio construido por el hombre una porción de la naturaleza en su estado primario. Como edificio no pretende disimular su condición de hecho construido por el hombre, por el contrario por medio de la modulación, repetición y precisión exalta su condición de hecho humano, lo que le permite contrastar con lo natural. Así tanto el componente artificial como el natural hacen manifiestos de forma clara sus principios y características, entrando en tensión, lo que propicia que finalmente uno pase a ser parte integral del otro.

El sistema de circulación se genera a través de dos rutas, una rápida, que permite al visitante recorrer las salas del modo más corto sin detenerse en los espacios. La segunda ruta extiende la primera, permitiendo conocer detalladamente cada sala. Estas circulaciones cruzan a diferentes alturas las diferentes geografías planteadas en cada espacio, así en cada sala las pasarelas en algunos tramos tocan el terreno mientras que en otros pasan elevadas permitiendo observar la naturaleza desde una vista aérea poco frecuente en el ambiente natural.